Toneladas de arena de los desiertos del interior de China se abatieron el sábado sobre Pekín, dejando a la capital inmersa en una nube amarillenta que las autoridades advirtieron convirtió la calidad del aire en "peligrosa". El viento alcanzó rachas de hasta 100 kilómetros por hora.
Las tormentas de arena dejan de manifiesto la degradación ambiental que los inversionistas señalan como una de las limitaciones a largo plazo del crecimiento chino. El Gobierno ha gastado millones de dólares en proyectos para frenar la extensión de los desiertos, plantando árboles e intentando proteger las zonas vegetales que quedan en áreas pequeñas.
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